EL INDIGENISMO Y LAS FIESTAS DEL CUSCO
Escribe: Julio Antonio Gutiérrez Samanez
“La toma de consciencia del indio –había escrito Basadre- es el aporte más significativo de la intelectualidad peruana del siglo XX, aunque ya antes lo habían hecho Clorinda Matto de Turner y Manuel González Prada, iniciadores de un indigenismo romántico en la novela y la poesía, que puso el problema de la explotación del indio en el escenario político. Posteriormente este indigenismo de denuncia y protesta, se hizo militante y pasó a la ofensiva con Ángel Vega Enríquez, que fue el primero en enfrentarse al gamonalismo y a los esclavistas de la selva. Hasta entonces el indio era invisible, se le explotaba inmisericordemente, más que en la colonia donde las leyes de Indias lo protegían. La república criolla aristocrática fue venal y cruel con el indígena; lo usó como carne de cañón de las luchas militaristas y civilistas Las haciendas ampliaron sus fronteras despojando las tierras de los ayllus o comunidades indígenas y todo reclamo o sublevación se ahogó en sangre. En pleno siglo XIX, la rebelión de Huancané fue derrotada por el gamonalismo y el ejército boliviano, su líder, Juan Bustamante fue descuartizado en escarmiento en 1867. Esto demuestra que la independencia criolla no libero sino esclavizó más al indígena peruano. Los indios conformaron el grueso del ejército, durante la guerra con Chile, defendieron con sus vidas al estado criollo que los despreciaba. El sentimiento y la toma de consciencia a favor de los indios se vertebró en el Cusco, el indigenismo tuvo su origen en el Centro Científico del Cusco (1897) con Antonio Lorena, Vega Enríquez, Fortunato L. Herrera, y se expandió después de la Primera Huelga universitaria de 1909, con los discípulos de la Escuela Cusqueña, Uriel García Luis E. Valcárcel, Romualdo Aguilar, Caparó Muñiz, que pertrechados de la ciencia histórica y antropológica investigaron y recuperaron del pasado, el arte, la cultura y sitios arqueológicos, gracias al magisterio del Rector norteamericano Alberto Giesecke. Esa generación fue el sustento cultural e ideológico del indigenismo y la peruanidad. Realizó una lucha militante de denuncia y enjuiciamiento del gamonalismo y ayudó a la organización de los indígenas. Se reivindicó al Inca Garcilaso, Túpac Amaru, Pumacahua y los hermanos Angulo. Pero, había, por lo menos dos indigenismos.: el de los gamonales descentralistas, tradicionales explotadores del indio que profesaban un incanismo nostálgico del enunciado “Incas sí, indios no”, algunos opinaban que había que exterminar al indígena actual o cruzarlo, como ganado, con razas “superiores”; pues era el atraso de la nación. Y, sin embargo, admiraban al imperio de sus antepasados. Sus artistas inventaron en sus lienzos la edad dorada del Imperio, pintando recios guerreros incas como soldados romanos; mientras en sus haciendas, se mantenía el pongueaje, la mita, el trabajo gratuito y se usaban cepos, calabozos y cárceles para torturar y escarmentar a los indios levantiscos, además, tenían derecho a la pernada y alquilaban a sus pongos. El parlamentario y terrateniente acomaíno José Ángel Escalante quien con su artículo “nosotros los indios” inició la famosa polémica del indigenismo entre Mariátegui y Luis Alberto Sánchez, era un representante de esa casta explotadora del indio. Los otros indigenistas, agrupados en la revista Kosko de Latorre, en el grupo Resurgimiento, cercano a Mariátegui y el grupo Ande crearon el indigenismo militante y revolucionario y pasaron a la acción optando por la ideología del socialismo.- influidos por haya de la torre y por Mariátegui., avanzaron a la organización de la clase obrera en sindicatos y federaciones y emprendieron la dura tarea de organizar al campesinado en sindicatos y federaciones, en plena lucha contra el gamonalismo. Por estas acciones sufrieron represión, encarcelamientos, tortura, deportación durante la dictaduras de Leguía y Sánchez Cerro; fue una etapa de definición política y de reivindicación del arte popular, el folklore el huayno y el idioma quechua. Ya en 1937, bajo el auspicio de Uriel García, el grupo más avanzado se reunió en el Instituto Americano de Arte, allí trabajaron hombro a hombre por el Cusco, deponiendo sus intereses político-partidarios. Cabe anotar que paralelamente, a los indigenistas hubo asociaciones contrarias como la “Sociedad Capa y Espada” de corte hispanista, la sociedad “Los Cholos” que asumían esa identidad. Pronto la prédica cusqueña alcanzó ribetes nacionales y continentales a través de la revistas “Amauta” y “La Sierra”, publicadas en Lima. El indigenismo pictórico lo lideró Sabogal con su grupo de discípulos. Los cusqueños unieron filas con los indigenistas de Arequipa y el grupo Orkopata de Gamaliel Churata en Puno. En plena guerra mundial cuando las potencias imperialistas se aniquilaban en una lucha fratricida, un tardío indigenismo de los discípulos de García y Valcárcel, proponía en 1944, recuperar la grandeza pasada del Cusco a través de la celebración y la recuperación simbólica del Inti Raymi y las fiestas de la ciudad. Al respecto Enrique Rosas, en el primer coloquio decía que el Inti Raymi es la prenda más vistosa del indigenismo que es una forma del mito del desarrollo o Inkarri, en el que se usó el teatro como herramienta para la construcción de la memoria colectiva. El Dr. Jorge Flores Ochoa, observó que la evocación del Inti Raymi muestra la vigencia de lo inca como ideología. Pues, son formas de la “invención de la tradición”. Del mismo modo el investigador Donato Amado apuntó en su ponencia que la idea de lo inca nos convoca a los cusqueños, nos permite debatir y revalorar nuestro pasado. ¿Qué llevó a los cusqueños, en plena guerra mundial, a reinventar sus tradiciones y relanzar a su ciudad reclamando ser el centro de una civilización moderna y eje del mundo andino? Quizá el contexto de pacifismo que creó la guerra, sirvió para deponer tendencias extremistas y aunar voluntades y esfuerzos en favor de los aliados. Esa neutralidad fue caldo de cultivo para ensayar propuestas unitarias, invención de nuevos mitos y ritos que abonen al remozamiento de la identidad cultural, al recuperar el poncho, el traje, las danzas, la música, el idioma quechua y lanzar, a través de la evocación y la fiesta las potencialidades turísticas, agrícolas, industriales y artesanales de toda la región al mercado mundo. Haciendo un temprano intento de globalización y modernización. Como opinó Carlos Milla en su ponencia -recordando a Dr. Humberto Vidal, fundador de estas fiestas-, que el 44 se convocó a una revolución emocional. Pero que no se logró una revolución espiritual. Es, pues, clave el entendimiento de cómo el proceso histórico del indigenismo desembocó en el inti Raymi y la fiesta de la cusqueñidad, es decir en el festejo y la algarabía y no en la revolución social y la caída del gamonalismo. La revolución social, el temible “Pachacutiy”, siguió avanzando subterráneo hasta los años 60 en que se agudizan los conflictos sociales, las tomas de tierras, la represión policial, la convulsión en el campo, con masacres de campesinos, hasta la dación de la ley de Reforma Agraria del gobierno militar de Velasco Alvarado (1968) que selló la emancipación del indio, dejando atrás ese vocablo racista que se cambió por el de campesino. Aún, así, el frustrado proyecto militar, con el retorno al poder de la derecha liberal, fue aprovechado por los movimientos violentistas que desataron una década de crímenes y terror. Sobrevino el Yawar Inti que profetizara Valcárcel en su Tempestad en los Andes, (1927) la violencia desencadenó la crisis del estado-nación y el desborde popular que analizó José Matos Mar. Por los años 80 surge en el Cusco un líder político de izquierda que se proclama cusqueñista, indigenista y socialista, fue el Dr. Daniel Estrada Pérez, en cuyo gobierno municipal se recuperaron muchos elementos simbólicos del indigenismo. Setenta años después del primer Inti Raymi (1944) las fiestas cusqueñas se han institucionalizado, el desborde popular y el turismo se han multiplicado; las fiestas son un negocio redondo que dinamiza la economía regional. Las previsiones del desarrollo material se han cumplido; se recuperó el folklore, la vestimenta, los sabores y comidas, pero, falta el cambio espiritual. Por ello es importante rememorar los alcances dados en el primer coloquio (2013). Enrique Rosas dejó dos preguntas: si hay una línea de continuidad en el cusqueñismo y cómo cambió esta ideología local en el tiempo transcurrido, para reformular los conceptos a los requerimientos del siglo XXI, para recuperar la consciencia andina y remozar el cusqueñismo. Carlos Milla reclamaba recuperar los valores éticos como el ayni, recuperar la “academia” es decir a la intelectualidad pensante y sus instituciones, y, del mismo modo, las agrupaciones políticas. Ante el desorden y falta de respeto por la ciudad durante las fiestas del Cusco, José Antonio Olivares, otro participante, dijo que habría que forjar una ciudad más humana, cuyo crecimiento esté en armonía con la naturaleza, sanear la comunidad y construir una cultura solidaria para hacer del Cusco un centro de irradiación cultural, creando una marca ciudad como sello que nos caracterice como un paraguas que abrigue: turismo, cultura, arte, ciencia, y que todo converja en un proyecto político. Carlos Rado, apuntó que aún nos queda el síndrome colonial, “todavía choleamos”, dijo, y que hay que acudir a la Filosofía para resolver la problemática de la identidad. Una filosofía contemporánea basada en la dignidad humana que promueva nuevas `políticas culturales, reforma universitaria y el esperado Pachacutiy. Por su parte, para la Dra. Mariana Mould, “hay brechas y conflicto en la universidad que traban la investigación y el estudio científico, y que es primordial la lucha por la defensa del patrimonio cultural, dijo también, que “Yale no devolvió ni la tercera parte de lo saqueado en Machupicchu”. ¿Cómo canalizar ese amor por el Cusco para crear consciencia ciudadana para cuidar y preservar el medio ambiente? ¿Cómo enlazar el discurso con la realidad? Se preguntaba en su intervención la escritora Karina Pacheco, coincidiendo con el pensamiento de Boris Gómez, en la conservación del agua, la planificación urbana para que no se “juliaquice” la ciudad con edificios de mal gusto. Decía Gómez que debemos reunirnos para pensar y planificar el futuro de la ciudad y de la región: la economía, el turismo, educación, energía, desarrollo urbano, arte o deporte. La globalización está integrando la economía, los mercados y capitales hacia un nuevo orden mundial en el que no estamos los peruanos ni mucho menos los cusqueños, nos advirtió enfáticamente en su ponencia Roberto Portugal, que debemos recuperar valores de solidaridad y reciprocidad. El cusqueñismo da sentido de identidad al país; pero, hay que investigar, innovarse y proyectarse en el tiempo hasta el 2050. Por eso, personalmente, pienso que este coloquio debe proyectarse a un foro permanente para alimentar de ideas a los representantes locales o regionales, conseguir consensos de políticas estratégicas para nuestro desarrollo, que aterricen en acciones fácticas, reales, para no perder tiempo ni desperdiciar recursos ni oportunidades. Estamos, pues, ante un nuevo reto que es elevar de categoría al Raymi cusqueño hacia el ámbito nacional y continental (peruanidad y andinidad). Es decir hacia la universalidad; oponiendo como negación dialéctica al sistema suicida imperante, una cultura solidaria y recíproca que los andinos conocemos como el Incarri o pachacutiy. El retorno a la racionalidad y armonía de la sociedad humana con el cosmos o la naturaleza que le sustenta. Cusco 2 de junio del 2014.
“La toma de consciencia del indio –había escrito Basadre- es el aporte más significativo de la intelectualidad peruana del siglo XX, aunque ya antes lo habían hecho Clorinda Matto de Turner y Manuel González Prada, iniciadores de un indigenismo romántico en la novela y la poesía, que puso el problema de la explotación del indio en el escenario político. Posteriormente este indigenismo de denuncia y protesta, se hizo militante y pasó a la ofensiva con Ángel Vega Enríquez, que fue el primero en enfrentarse al gamonalismo y a los esclavistas de la selva. Hasta entonces el indio era invisible, se le explotaba inmisericordemente, más que en la colonia donde las leyes de Indias lo protegían. La república criolla aristocrática fue venal y cruel con el indígena; lo usó como carne de cañón de las luchas militaristas y civilistas Las haciendas ampliaron sus fronteras despojando las tierras de los ayllus o comunidades indígenas y todo reclamo o sublevación se ahogó en sangre. En pleno siglo XIX, la rebelión de Huancané fue derrotada por el gamonalismo y el ejército boliviano, su líder, Juan Bustamante fue descuartizado en escarmiento en 1867. Esto demuestra que la independencia criolla no libero sino esclavizó más al indígena peruano. Los indios conformaron el grueso del ejército, durante la guerra con Chile, defendieron con sus vidas al estado criollo que los despreciaba. El sentimiento y la toma de consciencia a favor de los indios se vertebró en el Cusco, el indigenismo tuvo su origen en el Centro Científico del Cusco (1897) con Antonio Lorena, Vega Enríquez, Fortunato L. Herrera, y se expandió después de la Primera Huelga universitaria de 1909, con los discípulos de la Escuela Cusqueña, Uriel García Luis E. Valcárcel, Romualdo Aguilar, Caparó Muñiz, que pertrechados de la ciencia histórica y antropológica investigaron y recuperaron del pasado, el arte, la cultura y sitios arqueológicos, gracias al magisterio del Rector norteamericano Alberto Giesecke. Esa generación fue el sustento cultural e ideológico del indigenismo y la peruanidad. Realizó una lucha militante de denuncia y enjuiciamiento del gamonalismo y ayudó a la organización de los indígenas. Se reivindicó al Inca Garcilaso, Túpac Amaru, Pumacahua y los hermanos Angulo. Pero, había, por lo menos dos indigenismos.: el de los gamonales descentralistas, tradicionales explotadores del indio que profesaban un incanismo nostálgico del enunciado “Incas sí, indios no”, algunos opinaban que había que exterminar al indígena actual o cruzarlo, como ganado, con razas “superiores”; pues era el atraso de la nación. Y, sin embargo, admiraban al imperio de sus antepasados. Sus artistas inventaron en sus lienzos la edad dorada del Imperio, pintando recios guerreros incas como soldados romanos; mientras en sus haciendas, se mantenía el pongueaje, la mita, el trabajo gratuito y se usaban cepos, calabozos y cárceles para torturar y escarmentar a los indios levantiscos, además, tenían derecho a la pernada y alquilaban a sus pongos. El parlamentario y terrateniente acomaíno José Ángel Escalante quien con su artículo “nosotros los indios” inició la famosa polémica del indigenismo entre Mariátegui y Luis Alberto Sánchez, era un representante de esa casta explotadora del indio. Los otros indigenistas, agrupados en la revista Kosko de Latorre, en el grupo Resurgimiento, cercano a Mariátegui y el grupo Ande crearon el indigenismo militante y revolucionario y pasaron a la acción optando por la ideología del socialismo.- influidos por haya de la torre y por Mariátegui., avanzaron a la organización de la clase obrera en sindicatos y federaciones y emprendieron la dura tarea de organizar al campesinado en sindicatos y federaciones, en plena lucha contra el gamonalismo. Por estas acciones sufrieron represión, encarcelamientos, tortura, deportación durante la dictaduras de Leguía y Sánchez Cerro; fue una etapa de definición política y de reivindicación del arte popular, el folklore el huayno y el idioma quechua. Ya en 1937, bajo el auspicio de Uriel García, el grupo más avanzado se reunió en el Instituto Americano de Arte, allí trabajaron hombro a hombre por el Cusco, deponiendo sus intereses político-partidarios. Cabe anotar que paralelamente, a los indigenistas hubo asociaciones contrarias como la “Sociedad Capa y Espada” de corte hispanista, la sociedad “Los Cholos” que asumían esa identidad. Pronto la prédica cusqueña alcanzó ribetes nacionales y continentales a través de la revistas “Amauta” y “La Sierra”, publicadas en Lima. El indigenismo pictórico lo lideró Sabogal con su grupo de discípulos. Los cusqueños unieron filas con los indigenistas de Arequipa y el grupo Orkopata de Gamaliel Churata en Puno. En plena guerra mundial cuando las potencias imperialistas se aniquilaban en una lucha fratricida, un tardío indigenismo de los discípulos de García y Valcárcel, proponía en 1944, recuperar la grandeza pasada del Cusco a través de la celebración y la recuperación simbólica del Inti Raymi y las fiestas de la ciudad. Al respecto Enrique Rosas, en el primer coloquio decía que el Inti Raymi es la prenda más vistosa del indigenismo que es una forma del mito del desarrollo o Inkarri, en el que se usó el teatro como herramienta para la construcción de la memoria colectiva. El Dr. Jorge Flores Ochoa, observó que la evocación del Inti Raymi muestra la vigencia de lo inca como ideología. Pues, son formas de la “invención de la tradición”. Del mismo modo el investigador Donato Amado apuntó en su ponencia que la idea de lo inca nos convoca a los cusqueños, nos permite debatir y revalorar nuestro pasado. ¿Qué llevó a los cusqueños, en plena guerra mundial, a reinventar sus tradiciones y relanzar a su ciudad reclamando ser el centro de una civilización moderna y eje del mundo andino? Quizá el contexto de pacifismo que creó la guerra, sirvió para deponer tendencias extremistas y aunar voluntades y esfuerzos en favor de los aliados. Esa neutralidad fue caldo de cultivo para ensayar propuestas unitarias, invención de nuevos mitos y ritos que abonen al remozamiento de la identidad cultural, al recuperar el poncho, el traje, las danzas, la música, el idioma quechua y lanzar, a través de la evocación y la fiesta las potencialidades turísticas, agrícolas, industriales y artesanales de toda la región al mercado mundo. Haciendo un temprano intento de globalización y modernización. Como opinó Carlos Milla en su ponencia -recordando a Dr. Humberto Vidal, fundador de estas fiestas-, que el 44 se convocó a una revolución emocional. Pero que no se logró una revolución espiritual. Es, pues, clave el entendimiento de cómo el proceso histórico del indigenismo desembocó en el inti Raymi y la fiesta de la cusqueñidad, es decir en el festejo y la algarabía y no en la revolución social y la caída del gamonalismo. La revolución social, el temible “Pachacutiy”, siguió avanzando subterráneo hasta los años 60 en que se agudizan los conflictos sociales, las tomas de tierras, la represión policial, la convulsión en el campo, con masacres de campesinos, hasta la dación de la ley de Reforma Agraria del gobierno militar de Velasco Alvarado (1968) que selló la emancipación del indio, dejando atrás ese vocablo racista que se cambió por el de campesino. Aún, así, el frustrado proyecto militar, con el retorno al poder de la derecha liberal, fue aprovechado por los movimientos violentistas que desataron una década de crímenes y terror. Sobrevino el Yawar Inti que profetizara Valcárcel en su Tempestad en los Andes, (1927) la violencia desencadenó la crisis del estado-nación y el desborde popular que analizó José Matos Mar. Por los años 80 surge en el Cusco un líder político de izquierda que se proclama cusqueñista, indigenista y socialista, fue el Dr. Daniel Estrada Pérez, en cuyo gobierno municipal se recuperaron muchos elementos simbólicos del indigenismo. Setenta años después del primer Inti Raymi (1944) las fiestas cusqueñas se han institucionalizado, el desborde popular y el turismo se han multiplicado; las fiestas son un negocio redondo que dinamiza la economía regional. Las previsiones del desarrollo material se han cumplido; se recuperó el folklore, la vestimenta, los sabores y comidas, pero, falta el cambio espiritual. Por ello es importante rememorar los alcances dados en el primer coloquio (2013). Enrique Rosas dejó dos preguntas: si hay una línea de continuidad en el cusqueñismo y cómo cambió esta ideología local en el tiempo transcurrido, para reformular los conceptos a los requerimientos del siglo XXI, para recuperar la consciencia andina y remozar el cusqueñismo. Carlos Milla reclamaba recuperar los valores éticos como el ayni, recuperar la “academia” es decir a la intelectualidad pensante y sus instituciones, y, del mismo modo, las agrupaciones políticas. Ante el desorden y falta de respeto por la ciudad durante las fiestas del Cusco, José Antonio Olivares, otro participante, dijo que habría que forjar una ciudad más humana, cuyo crecimiento esté en armonía con la naturaleza, sanear la comunidad y construir una cultura solidaria para hacer del Cusco un centro de irradiación cultural, creando una marca ciudad como sello que nos caracterice como un paraguas que abrigue: turismo, cultura, arte, ciencia, y que todo converja en un proyecto político. Carlos Rado, apuntó que aún nos queda el síndrome colonial, “todavía choleamos”, dijo, y que hay que acudir a la Filosofía para resolver la problemática de la identidad. Una filosofía contemporánea basada en la dignidad humana que promueva nuevas `políticas culturales, reforma universitaria y el esperado Pachacutiy. Por su parte, para la Dra. Mariana Mould, “hay brechas y conflicto en la universidad que traban la investigación y el estudio científico, y que es primordial la lucha por la defensa del patrimonio cultural, dijo también, que “Yale no devolvió ni la tercera parte de lo saqueado en Machupicchu”. ¿Cómo canalizar ese amor por el Cusco para crear consciencia ciudadana para cuidar y preservar el medio ambiente? ¿Cómo enlazar el discurso con la realidad? Se preguntaba en su intervención la escritora Karina Pacheco, coincidiendo con el pensamiento de Boris Gómez, en la conservación del agua, la planificación urbana para que no se “juliaquice” la ciudad con edificios de mal gusto. Decía Gómez que debemos reunirnos para pensar y planificar el futuro de la ciudad y de la región: la economía, el turismo, educación, energía, desarrollo urbano, arte o deporte. La globalización está integrando la economía, los mercados y capitales hacia un nuevo orden mundial en el que no estamos los peruanos ni mucho menos los cusqueños, nos advirtió enfáticamente en su ponencia Roberto Portugal, que debemos recuperar valores de solidaridad y reciprocidad. El cusqueñismo da sentido de identidad al país; pero, hay que investigar, innovarse y proyectarse en el tiempo hasta el 2050. Por eso, personalmente, pienso que este coloquio debe proyectarse a un foro permanente para alimentar de ideas a los representantes locales o regionales, conseguir consensos de políticas estratégicas para nuestro desarrollo, que aterricen en acciones fácticas, reales, para no perder tiempo ni desperdiciar recursos ni oportunidades. Estamos, pues, ante un nuevo reto que es elevar de categoría al Raymi cusqueño hacia el ámbito nacional y continental (peruanidad y andinidad). Es decir hacia la universalidad; oponiendo como negación dialéctica al sistema suicida imperante, una cultura solidaria y recíproca que los andinos conocemos como el Incarri o pachacutiy. El retorno a la racionalidad y armonía de la sociedad humana con el cosmos o la naturaleza que le sustenta. Cusco 2 de junio del 2014.
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